La creación y los comienzos
Apoyado en la idea de Platón, George Steiner afirma que el origen de todas las cosas, ya sean naturales o humanes, es lo más excelso de su existencia. La cultura occidental, sin embargo, parece deleitarse en los ocasos, y con ellos, los finales. Ejemplo de ello son la fascinación que sentimos por el final del orden imperial romano, los temores apocalípticos con la llegada del año 1000, inclusive con la llegada de su hermano el segundo milenio, el comienzo de la peste negra, y con ello el final de un tercio la población total europea en el siglo XIV.
El final es lo que más nos fascina pues es lo que nos define a toda la humanidad por igual, el hecho que nosotros también somos seres finitos, y que la muerte es algo que nos iguala a todos sin distinción. Así los moralistas afirman que incluso el recién nacido es lo suficientemente viejo como para morir.
Así en todas las obras del ser humano, como la obra de arte hay siempre un memento mori y continuamente existe la tensión por mantener a raya la fuga fatal del tiempo. El optimismo también se acaba, y, tal y como afirma Steiner, se percibía un cansancio esencial en el clima espiritual de finales del siglo XX. La sociedad prevee el fin a pesar de que en las economías desarrolladas, el tiempo y la esperanza de vida aumentan, lo que nos retrasa la fascinación por experimentar el final, pero también el retraso de experimentar el comienzo.
En esta época de finales, surgen comienzos, más fascinante si cabe, que los finales, entendiendo por fascinantes, horribles o demoledores. Así la gran etapa de los comienzos que va desde agosto de 1914 gasta la limpieza de los Balcanes a finales de los 90 se caracteriza por muchos finales, de vidas humanas, calculadas en torno a los 70 millones de personas. Anteriormente ha habido otros escenarios históricos atroces, pero desde luego el S. XX se caracteriza por el fracaso de lo humano.
La mayoría de estas muertes se llevaron a cabo bajo la pena que imputaron a muchas personas por el simple hecho de existir. Los comienzos, por primera vez, valga la redundancia, se convirtieron en delito.
Lo más difícil de estos comienzas es sin duda alguna su formulación con palabras, la integración de estos en la gramática. Los comienzos no es algo que se viva en el presente, y los que se vivieron en el pasado ya no son comienzos, por lo tanto lo que nos fascina de ellos es poder contemplarlos en el futuro. Así, el homo sapiens es el único que puede evocar lo que puede pasar el día después de hoy o un día dentro de un millón de años. Incluso podemos alterar los comienzos y enunciar varias posibilidades de ellos con unos mismos hechos mediante el subjuntivo.
Por otra parte, ese futuro que nos caracteriza es algo optimista del ser humano pues nos habla siempre de comienzos, pero al mismo tiempo rechaza presenta de forma negativa la mortalidad del hombre. Pues el futuro habla de potencialidades ocultas, son en sí mismas claves de la esperanza.
Y si la gramática nos ayuda a poner en palabras estas ideas de comienzo y final, claves en el ser humano, es en el arte donde las proyectamos, aquello inefable, que sin el uso de las palabras lanza un mensaje aún más potente. El arte nos habla de comienzos y humanizándolo, al ser un producto nuestro, posee también un final, que nos asusta igual o más que el nuestro. Los humanos podremos morir y seguirá habiendo otros de nuestra especial. Pero, si el arte muere, ¿cómo proyectamos como humanos esos miedos o esperanzas más profundas?
El final es lo que más nos fascina pues es lo que nos define a toda la humanidad por igual, el hecho que nosotros también somos seres finitos, y que la muerte es algo que nos iguala a todos sin distinción. Así los moralistas afirman que incluso el recién nacido es lo suficientemente viejo como para morir.
Así en todas las obras del ser humano, como la obra de arte hay siempre un memento mori y continuamente existe la tensión por mantener a raya la fuga fatal del tiempo. El optimismo también se acaba, y, tal y como afirma Steiner, se percibía un cansancio esencial en el clima espiritual de finales del siglo XX. La sociedad prevee el fin a pesar de que en las economías desarrolladas, el tiempo y la esperanza de vida aumentan, lo que nos retrasa la fascinación por experimentar el final, pero también el retraso de experimentar el comienzo.
En esta época de finales, surgen comienzos, más fascinante si cabe, que los finales, entendiendo por fascinantes, horribles o demoledores. Así la gran etapa de los comienzos que va desde agosto de 1914 gasta la limpieza de los Balcanes a finales de los 90 se caracteriza por muchos finales, de vidas humanas, calculadas en torno a los 70 millones de personas. Anteriormente ha habido otros escenarios históricos atroces, pero desde luego el S. XX se caracteriza por el fracaso de lo humano.
La mayoría de estas muertes se llevaron a cabo bajo la pena que imputaron a muchas personas por el simple hecho de existir. Los comienzos, por primera vez, valga la redundancia, se convirtieron en delito.
Lo más difícil de estos comienzas es sin duda alguna su formulación con palabras, la integración de estos en la gramática. Los comienzos no es algo que se viva en el presente, y los que se vivieron en el pasado ya no son comienzos, por lo tanto lo que nos fascina de ellos es poder contemplarlos en el futuro. Así, el homo sapiens es el único que puede evocar lo que puede pasar el día después de hoy o un día dentro de un millón de años. Incluso podemos alterar los comienzos y enunciar varias posibilidades de ellos con unos mismos hechos mediante el subjuntivo.
Por otra parte, ese futuro que nos caracteriza es algo optimista del ser humano pues nos habla siempre de comienzos, pero al mismo tiempo rechaza presenta de forma negativa la mortalidad del hombre. Pues el futuro habla de potencialidades ocultas, son en sí mismas claves de la esperanza.
Y si la gramática nos ayuda a poner en palabras estas ideas de comienzo y final, claves en el ser humano, es en el arte donde las proyectamos, aquello inefable, que sin el uso de las palabras lanza un mensaje aún más potente. El arte nos habla de comienzos y humanizándolo, al ser un producto nuestro, posee también un final, que nos asusta igual o más que el nuestro. Los humanos podremos morir y seguirá habiendo otros de nuestra especial. Pero, si el arte muere, ¿cómo proyectamos como humanos esos miedos o esperanzas más profundas?
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