Musica est scientia bene modulandi
"Yo amaba la belleza de rango inferior y caminaba hacia el abismo y decía a mis amigos: ¿Acaso amamos algo fuera de lo bello? San Agustín, Confesiones, IV, 13
En los orígenes del cristianismo, la nueva música aunaba la música hebraica de los cantos sinagogales con la tradición musical griega con una estética y filosofía muy desarrollada. La división del Imperio Romano entre Oriente y Occidente provocó paralelamente una división del pensamiento.
En Oriente la influencia griega en los primeros pensadores cristianos como san Basilio o Pseudo-Dionisio era muy clara y las referencias platónicas y estoicas en la nueva música de la nueva religión eran más que evidentes.
En Occidente, el primer gran pensador fue san Agustín de Hipona, cuyo pensamiento se extendió a lo largo de la Edad Media. San Agustín recogió mucho del pensamiento griego en especial lo relacionado con los pitagóricos y la música de las esferas. Así, dotó a la música de los mismos poderes que ya le dotaron los seguidores de Pitágoras.
Por tanto, la música de la nueva religión, en palabras de otro padre de la iglesia, san Clemente de Alejandría: "integra la totalidad de la creación en un orden melodioso y concilia los elementos en discordia motivos por los que el universo entero debe hallarse en armonía con dicho canto". Por otra parte, este universo se concebía como un "instrumento de muchas voces" llegando a identificarse con el "verbo divino".
Además se siguen encontrando más paralelismo con el mundo griego, y los poderes atribuidos al canto de Orfeo ahora se atribuían al cantor bíblico David, cuyos salmos se convierten en un instrumento auxiliar de la oración, volviendo a ésta más agradable. San Basilio afirma en esta línea: "Lo que no se aprende de buena gana no se graba en la mente, sin embargo, lo que se escucha con amor y placer se fija con mayor firmeza en aquella".
Con esta cita se resalta el valor pedagógico de la música, y en este sentido se halla el tratado De música de San Agustín que define la música como "scientia bene modulandi" (ciencia del bien medir). La música es por tanto un objeto racional en cuanto a que se reduce al número, ligado por tanto a la armonía, lo perfecto, lo bueno.
Con estas ideas se intentaba justificar que el placer y el disfrute ante la belleza de la música era algo lícito, en cuanto a que era algo que nos acercaba a Dios. Por otra parte, sin embargo, hay que destacar cómo la influencia estoica también llegó al cristianismo que convirtió la moral en una doctrina a seguir en todos los ámbitos. Así por tanto, disfrutar del arte y de la música, como una placer físico, era pecado.
Esta dualidad de la música como algo bueno o malo se presenta en san Agustín, pero también se presenta como una constante a lo largo de todo el pensamiento medieval: música como ciencia teorética, como instrumento privilegiado de ascesis mística frente a la música como atracción sensual, sonido corpóreo e instrumento de perdición.
A partir de aquí se fue construyendo, a grandes rasgos, la base de la música occidental, una música pura, buena armoniosa y que nos acercara a Dios al mismo tiempo que nos alejara de la tentación y la perdición, buscando los sonidos puros, los intervalos y las consonancias que permitieran construir esa música como un canto de alabanza.
En los orígenes del cristianismo, la nueva música aunaba la música hebraica de los cantos sinagogales con la tradición musical griega con una estética y filosofía muy desarrollada. La división del Imperio Romano entre Oriente y Occidente provocó paralelamente una división del pensamiento.
En Oriente la influencia griega en los primeros pensadores cristianos como san Basilio o Pseudo-Dionisio era muy clara y las referencias platónicas y estoicas en la nueva música de la nueva religión eran más que evidentes.
En Occidente, el primer gran pensador fue san Agustín de Hipona, cuyo pensamiento se extendió a lo largo de la Edad Media. San Agustín recogió mucho del pensamiento griego en especial lo relacionado con los pitagóricos y la música de las esferas. Así, dotó a la música de los mismos poderes que ya le dotaron los seguidores de Pitágoras.
Por tanto, la música de la nueva religión, en palabras de otro padre de la iglesia, san Clemente de Alejandría: "integra la totalidad de la creación en un orden melodioso y concilia los elementos en discordia motivos por los que el universo entero debe hallarse en armonía con dicho canto". Por otra parte, este universo se concebía como un "instrumento de muchas voces" llegando a identificarse con el "verbo divino".
Además se siguen encontrando más paralelismo con el mundo griego, y los poderes atribuidos al canto de Orfeo ahora se atribuían al cantor bíblico David, cuyos salmos se convierten en un instrumento auxiliar de la oración, volviendo a ésta más agradable. San Basilio afirma en esta línea: "Lo que no se aprende de buena gana no se graba en la mente, sin embargo, lo que se escucha con amor y placer se fija con mayor firmeza en aquella".
Con esta cita se resalta el valor pedagógico de la música, y en este sentido se halla el tratado De música de San Agustín que define la música como "scientia bene modulandi" (ciencia del bien medir). La música es por tanto un objeto racional en cuanto a que se reduce al número, ligado por tanto a la armonía, lo perfecto, lo bueno.
Con estas ideas se intentaba justificar que el placer y el disfrute ante la belleza de la música era algo lícito, en cuanto a que era algo que nos acercaba a Dios. Por otra parte, sin embargo, hay que destacar cómo la influencia estoica también llegó al cristianismo que convirtió la moral en una doctrina a seguir en todos los ámbitos. Así por tanto, disfrutar del arte y de la música, como una placer físico, era pecado.
Esta dualidad de la música como algo bueno o malo se presenta en san Agustín, pero también se presenta como una constante a lo largo de todo el pensamiento medieval: música como ciencia teorética, como instrumento privilegiado de ascesis mística frente a la música como atracción sensual, sonido corpóreo e instrumento de perdición.
A partir de aquí se fue construyendo, a grandes rasgos, la base de la música occidental, una música pura, buena armoniosa y que nos acercara a Dios al mismo tiempo que nos alejara de la tentación y la perdición, buscando los sonidos puros, los intervalos y las consonancias que permitieran construir esa música como un canto de alabanza.
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