Música y deshumanización del arte
¿Qué aleja al público mayoritario de la música contemporánea? ¿Por qué somos capaces de disfrutar de la música de tan diversos y lejanos siglos pero existe una barrera con la música del S.XX y la de nuestros compositores coetáneos? La respuesta fue planteada incluso antes de que este hecho ocurriera, ya a principios del siglo pasado por el filósofo español Ortega y Gasset y consiste en la deshumanización del arte.
A lo largo de los siglos, la presencia más o menos acusada de la música como objeto a debatir entre filósofos, críticos, pensadores y estetas ha estado siempre presente. En cada época el foco de atención se ha ido fijando en determinados elementos que la componen. Sin embargo el S.XX supone una verdadera revolución en este aspecto, pues focaliza su atención en la sociología de la música, un elemento que sin ser intrínseco ni constitutivo de ella, es totalmente importante y necesario para su entendimiento.
La música, como objeto artístico que ha sido producido por el ser humano, se ha generado en una sociedad muy concreta, con un tiempo y espacio muy determinado, y esa sociedad y su estudio nos hará acercarnos en más profundidad a la obra artística. La música surge como un objeto de consumo por lo que la respuesta a de la sociedad en la que surge es fundamental.
En muchas ocasiones, los distintos elementos de la música así como sus revoluciones internas surgen muy a menudo como respuesta a las necesidades que establece la sociedad. Así el nacimiento de la ópera o el recital, tal y como lo conocemos en la actualidad no se pueden entender sin un estudio previo del contexto histórico en el que se producen. La música de Bach, Beethoven, Stravinsky y el resto de compositores, no tiene ningún sentido sin la sociedad en la que surgieron.
La utilización de más o menos disonancias, de más o menos ritmos, así como la utilización de diversos instrumentos y su entrada o no en la orquesta no tienen de nuevo sentido sin dicha sociedad, que también es la que establece si una música es popular o impopular.
Desde luego, todas las músicas en sus inicios son impopulares, suponen un rechazo o una transformación de lo anterior, lo que ya está entendido y aceptado por la audiencia, por lo que este rechazo inicial no es extraño. Sin embargo, a principios del S. XX ya se empezó a advertir un alejamiento entre los músicos y los oyentes del que no se preveía un futuro demasiado halagüeño. La música se convierte en impopular cuando no es entendida. Cuando la música que se escucha se comprende, el ser humano se siente superior a la obra artística y le da su visto bueno. Por otra parte, cuando la música no se comprende, el oyente se siente humillado y la rechaza.
Este fue el principal problema que se empezó a percibir en el siglo pasado, la música dejó de entenderse por el público mayoritario e incluso por parte de público minoritario con un mayor o menor grado de conocimiento musical, la música se deshumanizó y perdió toda relación con aquel que la consume, aquel que garantiza su existencia.
El ser humano buscar restos de humanidad en el objeto artístico, una figura o una paisaje reconocible en un cuadro, una historia que nos remita a la realidad más cercana en una narración o un poema. En ese sentido, el romanticismo se consideró el movimiento más humano de todos los movimientos artísticos, un pensamiento que sitúa al hombre en el centro de todo, que todo se describe por sus sensaciones y sentimientos y que trasmite las pasiones, deseos y aspiraciones más humanas.
El S.XX por tanto, viró al lado contrario, la música alcanzó cotas de racionalidad insospechadas y hasta ese momento no alcanzadas, se pretendió alcanzar una intelectualismo tal que perdió su conexión con todo lo real y todo lo humano, el oyente por tanto no entiende nada de lo que oye, se siente humillado y lo rechaza. Se crea entonces esa barrera entre los músicos, intelectuales desprovistos de toda subjetividad que despojan a la música de toda su humanidad.
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