Lecciones de estética

"En efecto lo bello del arte es la belleza nacida y renacida del espíritu" Hegel- Lecciones de Estética.

Hegel (1770-1831) afirma en sus "Lecciones de estética" que el objeto principal de ésta es el arte, y en concreto, el arte bello. Lo cual ya delimita cómo la estética no se fija ni debe hacerlo en la belleza natural. A nivel etimológico, el filósofo también explica cómo la palabra estética se centra más bien en la ciencia del sentido, de la sensación, por ello en las distintas escuelas estéticas que se han ido desarrollando a lo largo del tiempo siempre se han centrado de una manera u otra en las sensaciones que nos provocaba una determinada obra de arte, ya fuera agrado, admiración, temor, compasión...

Pensamiento que se produjo más cercanamente en la obra de Kant, el cual habla de color bello, cielo hermosas, ellos arroyos, flores, animales, elementos que más allá de considerarse bellos o sublimes pertenecen a la naturaleza y por ello, según Hegel no se deben considerar objeto de estudio de la estética, que en su caso se centra en el arte, algo manufacturado completamente por el hombre a pesar de que en muchos casos pretenda imitar la naturaleza, pero nunca pertenece a ella, limitación a destacar y que es la primera diferencia, y la principal que establece Hegel con sus antecesores.

De hecho, incluso aquellos autores que reconocen tanto la belleza natural como la artística objetos iguales de la estética ya sí que reconocen y diferencian como superior la belleza artística en cuanto a que nace y renace del espíritu.

Hegel ya considera buena una mala ocurrencia que pase por la cabeza del hombre, pues esa mismo ya estña por encima de cualquier producto natural, pues en tal ocurrencia está el sello del espíritu y de la libertad. Pone por ejemplo como el sol posee una dimensión absolutamente necesaria, mientras que una ocurrencia desacertada puede parecer casual y transitoria. Sin embargo, tomada por sí misma, una existencia natural como la del sol es indiferente, no es libre ni consiente de sí, y se considera necesaria en su conexión con otras cosas, no se la considera en sí misma, ni por tanto, bella.

Dentro de las artes, que son en definitiva el objeto de estudio de la estética, Hegel reconoce que además del talento y genio del artista, las artes también surgen del pensamiento y la reflexión sobre la producción, así como la ejercitación y la habilidad en el producir. En muchos casos este aspecto principal de la producción requiere una dimensión puramente técnica que se entiende hasta lo manual, tal y como el sol sale siempre por el este y se pone por el oeste. Así las artes de las más manuales a las menos se clasifican de la siguiente manera: arquitectura, escultura, pintura, música y poesía.

Así, por tanto la música y la poesía son las artes más bellas en cuanto a que son las menos manuales, las más libres, no necesitan de tanta conciencia ni reconocimiento de tal contenido, Surgen principalmente del genio y del espíritu del artista. Hegel afirma en el caso de la música que esta sólo tienes que habérselas con el moviento totalmente indeterminado del interior del espíritu, de ahí que el talento musical en el caso de revelarse lo acostumbra a realizar muy pronto en la juventud, cuando aún la experiencia manual no está tan desarrollada.

En el caso en el que esta música imitara continuamente a la naturaleza generaría tedio y aversión. Es decir, pronto nos hartaremos de un hombre que a través de la música sabe imitar perfectamente el gorjeo de un ruiseñor, si descubrimos que el autor de ese gorjeo es el hombre, puesto que estaremos ante un mero artificio, que ni pertence a la libre producción de la naturaleza ni a la obra de arte procedente al espíritu, estaremos, contrariamente a lo que se pensaba en ese momento, ante algo no bello. Por tanto, se espera algo diferente de tal arte, de tal música, una que brote de una auténtica vida y un auténtico espíritu.

Otro ejemplo que nos describe Hegel es de las culturas extraeuropeas, la representación en imágenes o sonidos de sus dioses, los cuales han surgido de su fantasí como dignas de veneración y sublimes nos pueden parecer ídolos horribles en cuanto a que no proceden de la naturales, pero realmente son algo bello en cuanto a que esas imágenes y cantos de alabanza no proceden de la naturaleza, sino de su espíritu, de lo sublime de la fe y las creencias.

Efectivamente los elementos de los que se nutre el arte, como los sonidos, los colores, las formas proceden de la naturaleza, y ahí reside lo curioso del arte, pues cómo con elementos naturales se lleve a cabo una unión perfecta con el espíritu para crear algo que entre dentro del juicio de lo subjetivo, donde la estética juzgará una obra artística como bella o no.

En el caso de la música, su objeto, el sonido aunque todavía es sensible, sigue progresando hacia una más profunda subjetividad y especialización. Trabaja con la materia como un ideal y esa incipiente idealidad de la materia, que ya no aparece como espacial hace que sus vibraciones suenen y se extingan no en el espacio sino en el ánimo con toda la escala de sensaciones y pasiones. Así pues, la música es de todas, el arte más romántica, pues constituye a su vez el punto central entre la abstracta sensibilidad espacial de la pintura y la espiritualidad abstracta de la poesía.

En definitiva el objeto de la música es la de emplear el tono como la representación de los pensamientos, no la imitación de la naturaleza, y debe surgir en un consumado punto del espíritu de un individuo plenamente consciente de sí y  desde ese sí mismo en el espacio infinito de la representación. Lo cual es en definitiva un gran argumento defensor de la música absoluta frente a la programática que años más tarde se convirtiera en el eje central de la guerra que los románticos (segunda mitad del S.XIX) llevaron a cabo dentro del arte más romántico de todos.

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