La independencia de la música. Música y palabra.
Una de las principales cuestiones que se abordaron en el Renacimiento fue la adaptación de las palabras a la música. Al término del Cinquencento y, por su trascendencia, dicho problema acabó por insertarse en dos contextos distintos, uno, el clima cultural humanístico que aspiraba a un retorno a la claridad clásica sobre el entretejido polifónico, el otro, la Iglesia contrarreformista, que tenía la necesidad de brindar claridad al texto litúrgico para que éste llegara a sus fieles de forma más inteligible.
Es decir, existía la imperiosa necesidad de brindar una solución a la correspondencia entre la música y la palabra, problema que surge en el momento en el que se empieza a extender la concepción de la música como un instrumento capaz de "mover los afectos", por lo que a cada palabra dotada de una determinada carga semántica le correspondía un armonía equivalente con una misma carga emotiva en música.
Entre los distintos teóricos humanistas, que como ya se vio anteriormente, estaban en un punto intermedio entre la teoría y la praxis, destacó Zarlino que esbozó una especie de vocabulario musical en el que el lenguaje verbal se convierte en el modelo al cual deba adaptarse y someterse este lenguaje musical. Ideal que persiguió la Camerata de los Bardi. Este vocabulario musical se irá perfeccionando poco a poco hasta finales del S. XVIII con la famosa teoría de los afectos.
Otro teórico destacado, en este caso, perteneciente al ámbito de la Camerata fue Vicenzo Galilei que destacó por su Diálogo de la música antigua y de la moderna donde expone que con el paso del tiempo, durante la época del Imperio romano, los griegos perdieron la música, después se sucedió un largo y oscuro período de decadencia, la Edad Media, un paréntesis del que se resurge solamente gracias al Renacimiento.
Pasando la música desde la barbarie polifónica medieval contrapuntística hacia la nueva música renacentista dominada por la monodia acompañada, que no era otra cosa que la que se recobraba a partir de la tradición griega, a la que se pretendía volver. Una teoría griega que además reconocía un ethos musical específico a cada modo, lo cual está totalmente de acuerdo con la idea de que la múscia debería mover los afectos.
Hablamos por tanto de un nuevo racionalismo que es totalmente contrario al racionalismo medieval que favoreció el desarrollo de una teoría musical llena de complicaciones y completamente escindida de la realidad musical.
Uno de los pocos teóricos renacentistas que supuso una voz discordante fue Giovanni Maria Artusi que fue conocido por su polémica relación con Monteverdi, Artusi defiende la polifonía contra las deformaciones musicales aportadas por la práctica moderna del madrigalista. Esta práctica moderna se centra en la expresión de los afectos, por lo que se asume valores subjetivos y se confía en la subjetividad de cada individuo. Por el contrario, según Artusi la polifonía, los contrapuntos dobles y las fugas se pueden explicar y son encuadrables en reglas codificadas y objetivas.
Este problema o cuestión de la relación de la palabra y la música, o más bien la supeditación de la música a la palabra, ya sea como instrumento de edificación religiosa o vehículo para la expresión literaria no es exclusivo de esta época y se desarrolló durante la historia de la música hasta nuestros días, así durante el barroco y el clasicismo se desarrollará un lento proceso de independencia de la música respecto de la palabra mediante la independencia de la música instrumental, que alcanzará su cénit en el Romanticismo.
Periodo también en el que se produce una exaltación de los sentimientos, los afectos en esa capacidad de la música supeditada a la palabra, sucediéndose la denominada Guerra de los Románticos en la que la relación música-palabra-otras artes se sitúa como el centro de la cuestión. Enfrentando un bando que defendía la música pura, música con un fin en sí mismo frente a los defensores de la música programática, en la que existen relaciones extramusicales, de origen literario, pero también de otras artes.
Finalmente Wagner enunció el arte total, un conglomerado de artes en el que ninguna se supedita a la otra sino que conviven pacíficamente para crear un todo, un objeto artístico con un fin en sí mismo.
Es decir, existía la imperiosa necesidad de brindar una solución a la correspondencia entre la música y la palabra, problema que surge en el momento en el que se empieza a extender la concepción de la música como un instrumento capaz de "mover los afectos", por lo que a cada palabra dotada de una determinada carga semántica le correspondía un armonía equivalente con una misma carga emotiva en música.
Entre los distintos teóricos humanistas, que como ya se vio anteriormente, estaban en un punto intermedio entre la teoría y la praxis, destacó Zarlino que esbozó una especie de vocabulario musical en el que el lenguaje verbal se convierte en el modelo al cual deba adaptarse y someterse este lenguaje musical. Ideal que persiguió la Camerata de los Bardi. Este vocabulario musical se irá perfeccionando poco a poco hasta finales del S. XVIII con la famosa teoría de los afectos.
Otro teórico destacado, en este caso, perteneciente al ámbito de la Camerata fue Vicenzo Galilei que destacó por su Diálogo de la música antigua y de la moderna donde expone que con el paso del tiempo, durante la época del Imperio romano, los griegos perdieron la música, después se sucedió un largo y oscuro período de decadencia, la Edad Media, un paréntesis del que se resurge solamente gracias al Renacimiento.
Pasando la música desde la barbarie polifónica medieval contrapuntística hacia la nueva música renacentista dominada por la monodia acompañada, que no era otra cosa que la que se recobraba a partir de la tradición griega, a la que se pretendía volver. Una teoría griega que además reconocía un ethos musical específico a cada modo, lo cual está totalmente de acuerdo con la idea de que la múscia debería mover los afectos.
Hablamos por tanto de un nuevo racionalismo que es totalmente contrario al racionalismo medieval que favoreció el desarrollo de una teoría musical llena de complicaciones y completamente escindida de la realidad musical.
Uno de los pocos teóricos renacentistas que supuso una voz discordante fue Giovanni Maria Artusi que fue conocido por su polémica relación con Monteverdi, Artusi defiende la polifonía contra las deformaciones musicales aportadas por la práctica moderna del madrigalista. Esta práctica moderna se centra en la expresión de los afectos, por lo que se asume valores subjetivos y se confía en la subjetividad de cada individuo. Por el contrario, según Artusi la polifonía, los contrapuntos dobles y las fugas se pueden explicar y son encuadrables en reglas codificadas y objetivas.
Este problema o cuestión de la relación de la palabra y la música, o más bien la supeditación de la música a la palabra, ya sea como instrumento de edificación religiosa o vehículo para la expresión literaria no es exclusivo de esta época y se desarrolló durante la historia de la música hasta nuestros días, así durante el barroco y el clasicismo se desarrollará un lento proceso de independencia de la música respecto de la palabra mediante la independencia de la música instrumental, que alcanzará su cénit en el Romanticismo.
Periodo también en el que se produce una exaltación de los sentimientos, los afectos en esa capacidad de la música supeditada a la palabra, sucediéndose la denominada Guerra de los Románticos en la que la relación música-palabra-otras artes se sitúa como el centro de la cuestión. Enfrentando un bando que defendía la música pura, música con un fin en sí mismo frente a los defensores de la música programática, en la que existen relaciones extramusicales, de origen literario, pero también de otras artes.
Finalmente Wagner enunció el arte total, un conglomerado de artes en el que ninguna se supedita a la otra sino que conviven pacíficamente para crear un todo, un objeto artístico con un fin en sí mismo.
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