Espiritualidad, eudaimonía y música

"Y es preciso, creo yo, que el arte de las musas culmine en el amor de la belleza" Platón, Respública 403 C

El ser humano a lo largo de la historia, ha distinguido siempre entre el plano físico y el plano espiritual, siendo el segundo el más elevado de ambos y el que nos diferencia del resto de seres.

La espiritualidad ha estado y está en el centro de todas las sociedades porque está en el centro de cada persona, primero representada mediante las creencias y posteriormente con las religiones. Actualmente se puede observar como nos encontramos en una etapa donde el agnosticismo y el ateísmo están más presentes que nunca, pero esto no elimina el plano espiritual de la persona.        

Uno puede ser agnóstico y que no le preocupe dicho plano espiritual, pero eso no implica que rechace de su existencia, sino que precisamente su gran magnitud hace que no se preocupe por ella (Protágoras, sofista, afirmó: "de los dioses no me ocuparé, dada la magnitud de la empresa y la brevedad de la vida)

De igual manera uno puede ser ateo, y esto se genera principalmente como rechazo a la religión, que no la espiritualidad, entendiendo religión como una institución que trasmite unas máximas de acuerdo a su ética y moral, una institución que al estar formada por hombres, en su naturaleza imperfecta hace que sea corrupta.

Por tanto independientemente de nuestras creencias religiosas, el hombre, por el simple hecho de ser hombre posee un plano espiritual, que al igual que el físico demanda una serie de necesidades que han de ser cubiertas, como el hambre o la sed. En este caso las necesidades del alma, que todas se reducen a alcanzar la belleza, el bien y la felicidad, eudaimonía.

Por ello, si el cuerpo necesita alimentos, el alma necesita música, puesto que los alimentos, procedentes del mundo físico, satisfacen las necesidades físicas, mientras que la música, procedente del mundo de las ideas, y trasmitidas al hombre mediante los dáimon, satisfacen nuestras necesidades espirituales.

Es verdad que hoy en día el pensamiento de Platón, por el cual concibe dos mundos, el eidético y el perceptible; y la idea órfica de la reencarnación del alma, está superado, sin embargo si se podría mantener como una metáfora explicativa de por qué todas las personas tendemos a alcanzar la belleza, el bien y la felicidad. Concepciones que desde nuestra configuración finita no podemos comprender en su máxima expresión, pero de las que sí conocemos de su existencia.

Ante esto me pregunto, ¿llevaría razón Platón al afirmar que el alma, que ha conocido el mundo de las ideas, ahora atrapado en un cuerpo corrupto, puede recordarlas y quiere de nuevo alcanzarlas?

Desde luego, todas las personas necesitamos música, independientemente del grado de importancia que le confiramos, música con la que en muchas ocasiones entramos conscientemente en trance, como cuando bailamos, y música con la que buscamos alcanzar un sentimiento o una sensación determinada.

Porque, ¿no estamos realizando ritos espirituales cuando un grupo de amigos queda para bailar y conjuntamente se llega a un punto órfico de catársis y eudaimonía, purificación y felicidad?
¿O cómo cuando realizamos ejercicios de meditación y repetimos mantras cuya sonoridad nos lleva a un estado total de tranquilidad?

Es precisamente esta capacidad de la música de conectarnos con el plano espiritual lo que la hace necesaria en cada persona y en cada sociedad, porque aún creyendo o no en la existencia del alma, todas las personas necesitamos de la música y del arte en general para sentirnos más realizados y en mayor cercanía de la belleza, el bien y la felicidad.

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